México es el país de la muerte. A la mitad del otoño, alrededor del Día de Muertos/Halloween, es común -en especial si hay extranjeros presentes- escuchar letanías sui generis de como los mexicanos nos burlamos de la muerte. También convivimos de manera cotidiana con ella. A lo largo de nuestras vidas, los mexicanos tenemos una mayor propensión de intercambiar este plano terrenal por la vida eterna, que nuestros vecinos de EE. UU. o los habitantes de otros países de América Latina, Europa o Asia. A cualquier edad y circunstancia el mexicano promedio está más expuesto a morir que alguien que habite en otra parte del mundo (con excepción del África subsahariana).
En México la tasa de muerte infantil es de 13.7 por cada 100 mil habitantes vs. Canadá que es de 5, por ejemplo, al igual que en Chile y Cuba. En el Salvador es de 12.9 y 6.3 en Estados Unidos. En estos últimos cuatro años la esperanza de vida ha decrecido de 75 años en 2019 a 71 en 2021, es decir, seis años menos que el promedio de los países de la OCDE. La pandemia y las mayores barreras para acceder a los servicios de salud han hecho mucho más vulnerable a amplios sectores de la población que ya no tienen acceso a un médico o una clínica de atención primaria.
De 2015 a 2020 se registró un aumento de 4.8 puntos porcentuales en el número de personas que no cuentan con estos servicios. La pandemia le ha costado a México cuatro años en expectativa de vida. Sin especular, de acuerdo fuentes oficiales, la cifra contabilizada en el exceso de mortalidad al 16 de julio de este año (hace dos meses que se actualiza) es de 735 mil 044. De ese total, se sabe por actas de defunción que 498 mil 196 murieron por COVIS. El resto (236 mil 848) fueron muertes “colaterales” a consecuencia de la pandemia, pero no por COVID19 sino por escasez de servicios de salud, medicamentos, etc. En México el exceso de mortalidad es del doble que las de muertes por coronavirus.
Además de la pandemia, los mexicanos también mueren a causa de la violencia. En lo que va de este gobierno, las fiscalías estatales, han iniciado investigaciones por más de 130 mil homicidios dolosos. México se ha convertido en una trampa de muerte.
La violencia, las carencias en el sector salud y la pobreza representan las causas inmediatas de decesos. Los infartos y la diabetes son el coco de las mexicanas y mexicanos pero la proclividad que tenemos a accidentarnos es enorme: desde el 2015 hubo en promedio 379 mil siniestros de tránsito cada año que ocasionaron 44 muertes al día. La tasa de mortalidad por accidentes en nuestro país es de 12.3 por cada 100 mil habitantes en comparación con la tasa de 5.2 por cada 100 mil de Canadá (la Suiza de América), por ejemplo. Gracias a la contaminación atmosférica se estima que al año mueren más de 32 mil personas por mala calidad del aire.
Los individuos deciden adherirse al contrato social para preservar la vida. Este pacto es endeble y puede romperse. La legitimidad -que tiene que ver con el ejercicio del poder- puede perderse. Las mediciones sobre desarrollo humano evidencian la pérdida de bienestar en México. Cientos de miles de familias nos encontramos de luto. La liga se sigue estirando. El obradorismo lo resentirá en las urnas de manera inexorable.
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