El acoso sexual hacia los hombres por parte de las mujeres existe. Pero, en una sociedad misógina y machista como la nuestra, a los varones se les ha inculcado que denunciar ante las autoridades este tipo de comportamientos sólo “perjudicaría su reputación”, pues su hombría y virilidad se verían socavadas. Además, a causa de los innumerables vacíos legales que existen en este tipo de casos, la mayoría de los afectados casi siempre terminan este tipo de procesos (me refiero a aquellos que se dirimen en tribunales) peor que como los comenzaron: Frustrados, desconcertados e incluso desacreditados, pues con el desgastado argumento de “¿a quién le van a creer más: a un hombre o a una mujer?” muchos terminan totalmente desacreditados y burlados por las ofensoras y sus abogados.
Sin embargo, más allá de los estereotipos autoimpuestos y de los discursos que siempre dan como válidos y legítimos los llamados empoderamientos, la realidad nos dice que en la actualidad cada vez son más comunes las mujeres que ejercen recurren a conductas misándricas (odio, aversión o incomodidad con relación a los varones; la misandria es la contraparte sexista de la misoginia) para demostrar que son superiores a los hombres en muchos aspectos y es por eso que también ya han hecho suyo el acoso sexual.
Y, bajo este contexto, lamentablemente es menos factible que los hombres denuncien acosos hacia su persona por parte de las mujeres y incluso hay víctimas que no informan absolutamente nada sobre estas situaciones porque en su conceptualización individual no reconocen el comportamiento de acoso. Y aunque estadísticamente la mayoría de los acosadores sexuales son varones y las víctimas son féminas, hay investigadores y especialistas que ya están comenzando a reconocer las conductas distintivas de las acosadoras, pues a final de cuentas uno de cada cinco abusos sexuales perpetrados es cometido por una mujer.
Hace poco más de 10 años, en el 2011 para ser exactos, el psiquiatra de la Universidad de California y de la Escuela de Medicina de San Diego, J. Reid Meloy, realizó un estudio muy exhaustivo y sumamente interesante sobre el acoso sexual femenino: Estudió 143 casos particulares, todos recopilados de archivos de seguridad corporativa de las fuerzas del orden, la fiscalía californiana y también del mundo del entretenimiento, utilizando la definición de comportamiento de acoso como “dos o más contactos no deseados de un sujeto hacia un objetivo que creaba un miedo razonable en ese objetivo”. En este mismo estudio decribió a la acosadora típica como una mujer soltera de aproximadamente 30 años (divorciada o separada) y con un diagnóstico psiquiátrico proclive a trastornos del estado de ánimo. A diferencia del estereotipo de las acosadoras perpetuado por los medios de comunicación, Meloy señaló que este tipo de mujeres identifican como sus objetivos a una celebridad, a un extraño o a un conocido masculino… aunque también podría tratarse de una pareja sexual anterior.
Asimismo, no debemos olvidar que el acoso sexual está considerado como una conducta reiterada e insistente (no es aislada) que provoca satisfacción en quien la ejerce y es expresamente no deseada por quien la recibe, con lo que se establece una relación que provoca sentimientos hostiles e intimidatorios, humillación o abuso de poder. Además, no podemos sustraernos al hecho de que las llamadas “feministas de la dominación” están convencidas de que ellas siempre son inocentes en casos de acoso sexual, sin advertir que también hay hombres inocentes a los que dañan profunda e irreversiblemente.
Es por eso que los hombres tienen que responsabilizarse de denunciar el acoso sexual y la cultura que lo permite.
Señores: No se queden callados. Tomen un papel activo. Si escuchan sobre experiencias de este tipo, apoyen y acompañen a las víctimas, porque sus palabras y sus denuncias servirán para evitar que reine el silencio y la impunidad.
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