Lo que ocurre en el seno de los equipos opositores ya fue bautizado como “negacionismo electoral”. Los incondicionales de la izquierda populista y que ahora están “en el lado correcto de la historia” ya instalaron la idea del complot en los cuartos de guerra del proyecto opositor: las encuestas mienten y los medios que las publican están alineados con el eje del mal.
Las encuestas además de ofrecernos las tendencias sobre intención del voto, que sin duda son relevantes para las campañas, nos dan elementos para generar el blueprint de la campaña. Los autollamados estrategas podrían usar la información que estas arrojan para hacer adecuaciones a la hoja de ruta y cambiar el rumbo. La más reciente encuesta del “Reforma”, por ejemplo, evidencia que el público –en casi un 80% – cree que la principal estrategia de Xóchitl tendría que ser la presentación de sus propias propuestas.
Sólo un 7% cree que debe cuestionar y criticar a AMLO. Orbitar su campaña alrededor de la figura presidencial y no hablarle a la gente que aspira representar (a la clase media esforzada) ha sido el error seminal que le puede costar la elección; también ha logrado que el presidente, de nuevo, obtenga índices de aprobación arriba del 70%.
Es importante puntualizar que la brecha que existe entre candidatas no solo es producto de malas decisiones y de una fallida estrategia de campaña. También tiene que ver con el entramado institucional, es decir, en las reglas del juego que regulan las contiendas electorales, en especial lo concerniente a la publicidad y su pauta.
Por inverosímil que parezca solo el 66% del electorado sabe que hay elecciones este año y solo el 45% sabe la fecha de la jornada electoral (de acuerdo a información de Rodrigo Galván de las Heras). Cifras que no son disímbolas a levantamientos que se hicieron por estas fechas el año pasado en el Estado de México. Un segmento importante de ciudadanos no sabe que habrá elecciones en el verano. El año pasado esta disociación del público con el proceso electoral se le atribuía a “la falta de voceros”: a que solo había una contienda. La legislación electoral actual aliena a los votantes y los desinforma. También los desalienta. La normatividad impide que se hagan contrastes entre candidaturas y propuestas, acorta el tiempo que duran las campañas e impone un periodo llamado de intercampañas que solo ha servido para silenciar y opacar a la oposición. También se ha reducido la pauta de publicidad en tiempos fiscales y del estado. Será muy difícil mover la aguja sin una campaña que muestre la evidencia palmaria de lo que en 2006 solo era una intuición y que se convirtió en un peligro claro y manifiesto para México. En el pasado, candidatos que se convirtieron en eventuales ganadores, cambiaron resultados que parecían imposibles de remontar. Era otro juego y otras reglas.
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