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Xóchitl descompuso la sucesión del proyecto morenista. En unas semanas logró algo que no había ocurrido en un lustro del obradorato: le arrebató los reflectores al titular del ejecutivo y por primera vez puso un alto a la capacidad del presidente para establecer la agenda.

Con frescura e ingenio ha revertido todos los embates presidenciales y se ha posicionado al frente de los aspirantes aliancistas. En las encuestas se perfila ya como una contendiente seria con posibilidades de triunfo. Un escenario que hubiera sido impensable hace solo unos meses. 

En las últimas semanas, la senadora ha enfrentado con mucha valentía los arteros embates del presidente. Gracias a eso ha ganado notoriedad y ha detonado un movimiento orgánico sin parangón: la Xochitlmanía. El fenómeno que ha suscitado le permitirá  apuntalarse como la candidata del frente opositor. Sin embargo, tendrá que salirse del ring de donde la han subido y que la podrían poner contra las cuerdas.

Hacia el futuro (en lo que resta del verano y en una etapa subsecuente en el otoño) podría dejar descansar al pugilista de palacio y centrar sus baterías en mostrar las limitaciones de esta administración, en particular en las políticas publicas que se han puesto en marcha en materia de seguridad pero aún con mayor vehemencia el gran fracaso en el manejo de la economía y el abatimeinto de la pobreza. De manera tangencial podría abordar el desvalijamiento del entramado institucional por parte del proyecto oficialista. 

En una tercera etapa Xóchitl tendría que mostrar al electorado su proyecto de nación. No solo cómo combatiría el crimen o que acciones se tendrían que poner en marcha para reactivar la economía.  Es decir, nos tendría que mostrar el sueño mexicano. Ese estilo de vida relacionado intrínsecamente con las aspiraciones de la sociedad mexicana: tener una casa, enviar a sus hijos a la escuela, ahorrar para el retiro. 

Xóchitl obligadamente tendrá que bordar alrededor de este sueño mexicano. Tendrá que generar una narrativa aspiracionista que sea poderosa y atractiva para amplios sectores de la población incluyendo a las clases medias.  La narrativa de que el Estado no debe de ser un lastre para el desarrollo de los individuos y que su único papel es proveer un ambiente seguro, libre de violencia y nivelar el terreno para que los individuos puedan desarrollarse por su esfuerzo, capacidades y aspiraciones. Ella es el ejemplo viviente de que en México se puede salir adelante con trabajo, dedicación y mérito propio.  

La inseguridad es el más grave problema que enfrenta México y nos encaminamos de manera inexorable a una crisis económica de cambio sexenal (al estilo 70´s 80´s y más). La oposición tiene que retomar la bandera de la inseguridad y comunicar hasta el cansancio las desventuras del actual gobierno en lo que concierne al manejo de la economía. Se sabe que las dos variables que mejor explican la orientación del voto son precisamente seguridad y economía. El elector mediano es conservador y privilegia el orden. Lo que más le afecta -en especial a las clases medias- es la inflación, la carencia de empleos bien remunerados y la extorsión fiscal.  

En los comicios del próximo año los candidatos que adopten como eje de campaña reducir los índices de violencia e inseguridad obtendrán triunfos electorales. Pero mientras el oficialismo está en campaña permanente, a la oposición le cuesta trabajo entender dos premisas fundamentales: las campañas y el mensaje son relevantes y en este caso más que nunca la oferta programática. Algo para tener en mente: al populismo no se le combate con más populismo.

Contacto.- @Aechegaray1 (Twitter)

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