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Gracias al liderazgo y visión del Presidente López Obrador, México ha tomado un papel internacional de una relevancia supina. A inicios de la semana, en su conferencia matutina, informó a su pueblo que “hoy inician los trabajos entre el Ejército de Liberación Nacional y el gobierno de Colombia para lograr un alto a la violencia en esa nación y donde México juega un papel de intermediario”. La visión y los logros diplomáticos de Talleyrand, Kofi Annan o el general Cárdenas palidecen frente a la visión transformadora de nuestro Simón Bolivar. 

El presidente también anunció que México se propondrá como mediador entre Estados Unidos y Cuba para poner fin al bloqueo a la isla: “Siempre mi postura ha sido de condenar el bloqueo respetando la autonomía de las naciones. En las asambleas de la ONU todos votan en contra del bloqueo y solo uno o dos se abstienen. Es un bloqueo injusto y lo que están buscando es que el pueblo se rebele en contra de su propio gobierno”. El presidente llega a su quinto año de gobierno con el delirante deseo de trascender como el líder que llevó a buen puerto la revolución Bolivariana y la metamorfosis tercermundista. 

Para ello tendrá que adoptar una postura antiestadounidense. Desde la forma, en sus diatribas y medidas iliberales en contra de la seguridad estadounidense y cerrando filas con Putin, Xi y Assange. Y las de fondo, como la prohibición a la importación de maíz estadounidense que iniciará una guerra comercial con nuestro vecino y socio mayoritario. 

Durante la administración de Trump, México tuvo una posición desventajosa y sumisa. En el libro de Mike Pompeo “Never give an Inch”, se documenta de manera profusa cómo el gobierno de Trump “amenazó y doblegó” al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador para poner en marcha el programa ‘Quédate en México’. México tuvo que adoptar el papel de agente migratorio en un acuerdo “en lo oscurito” y sin el conocimiento de la embajadora Martha Bárcena. 

La falta de equilibrios y la debilidad institucional de México ha obligado a la administración del presidente Biden a convertirse en un contrapeso. La inseguridad, el respeto al estado de derecho y la calidad de la democracia serán temas que la diplomacia estadounidense regresarán a la agenda bilateral. La administración de Biden seguramente ve con recelo las alianzas que se han urdido con el nuevo eje del mal conformado por Rusia, China y La Habana. 

La directora de la DEA, Anne Milgram, compareció esta semana frente al senador Bob Menéndez informándole que la falta de cooperación con México se debía a que no “existe un socio dispuesto o que el Estado está infiltrado por los cárteles”. Para la comunidad de inteligencia estadounidense lo que ahora es una lucha entre cárteles será Jihad en un futuro cercano. Lo que ocurrió esta semana con el juicio a García Luna inicia una nueva era en la relación bilateral en materia de seguridad. El presidente López Obrador no entendió que lo que ocurre en la corte de Brooklyn es un juicio en contra del Estado mexicano.

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