Vivir una relación de pareja, un noviazgo, un matrimonio o una unión libre, no es nada sencillo. El día a día viene aparejado, tanto para los hombres como para las mujeres, con un sinfín de situaciones que en todo momento ponen a prueba el vínculo emocional. Lo que sentimos, lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos; pero también lo que no sentimos, lo que no pensamos, lo que no decimos y lo que no hacemos definitivamente tuvo, tiene y tendrá consecuencias de distinta magnitud en lo que se refiere al tipo de relación que buscamos construir.
Sin embargo, en el terreno de las ofensas y los daños que se profieren al interior de una relación de pareja, también debemos considerar un daño muy peculiar que como una incesante gota de agua que cae una y otra vez nos destruye, primero a nosotros y después a nuestra relación: la culpa.
La definición de la culpa es simple y contundente. Se trata, en términos jurídicos, de la voluntaria omisión de diligencia en calcular las consecuencias posibles y previsibles del propio hecho. Pero cuando ésta se convierte en “sentimiento de culpa” nos estamos refiriendo a una emoción negativa que surge del hecho de traspasar las normas éticas, personales o sociales y que al hacerlo terminamos perjudicando a alguien.
Cuando hemos cometido alguna falta y conscientemente reconocemos que esto nos va a acarrear serios problemas, ya sea en el corto o en el largo plazos, aún por encima de si esta violación será conocida por otras personas (en este caso nuestr@ novi@, espos@ o pareja), la culpabilidad terminará causando estragos en nuestro entorno individual y poco a poco afectará todo aquello que nos rodea, sobre todo si regularmente nuestro comportamiento suele ser recto y adecuado.
De repente tener interés en otra persona que no es nuestra pareja por lo regular suele provocarnos algún tipo de conflicto interno. Platicar con esta persona en cuestión, convivir con ella, socializar cada vez con más frecuencia y más profundamente, empezar a desarrollar cierto tipo de sentimientos fundamentados en la atracción, sentir algún grado de curiosidad sexual, etcétera, va a ser fuente de un desajuste emocional bastante severo, a grado tal que con cada día transcurrido que se alimentará del silencio o la nula comunicación con nuestra pareja respecto al tema, acabará por postrarnos en el más profundo sentimiento de culpa que podemos ser capaces de desarrollar.
La falta de sinceridad y de honestidad (la verdad, ambas con cosas totalmente distintas) hacia la persona que amamos y hacia nosotros mismos pueden hacer de nuestra vida un verdadero infierno. Vivir en esa peligrosa dualidad de hacer lo que debemos o hacer lo que queremos puede acarrearnos a consecuencias devastadoras. Si no eres capaz de manejar adecuadamente tus sentimientos y emociones, si los valores que te fueron inculcados y los que tú mismo has desarrollado a lo largo de tu vida frecuentemente te envían señales de alerta para que no te desvíes del camino adecuado, lo mejor es que no te involucres en situaciones que indefectiblemente te pueden hacer mucho daño.
Sentir culpa por aquellas cosas que hemos hecho, pero también por aquellas que no hemos hecho pero que todo el tiempo nos comen la cabeza porque sentimos deseos por hacerlas, se entere o no nuestra pareja, es indicativo de que estructuralmente somos individuos acostumbrados a no causarle daño a nadie. Y eso nos incluye a nosotros mismos.
Mejor, vamos a portarnos bien.
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