Este año se celebra el 211 aniversario del inicio de la lucha por la independencia de México. Quienes conocen el tema saben que aquello no fue moco de pavo. Y hablar de Independencia, hoy, tampoco lo es.
Entre los novohispanos que a principios del siglo XIX querían crear un Consejo de Gobierno criollo, en tanto se restablecía la corona española, por entonces en conflictos con Francia, y los que encontraron un atisbo de posibilidad de independencia, hubo enfrentamientos. Básicamente entre criollos y criollos, y españoles. Todos hicieron una guerra que duró 11 años y costó muchas vidas.
Pero al mismo tiempo aquello mostró la grandeza de personajes insospechados en su vehemente lucha por ser mexicanos, que es decir, nacidos en un territorio, país, nación, con Estado e identidad propia, cultura, historia común y expectativas de ser uno y siempre; Morelos y Guerrero, por ejemplo; o sus bajezas: Iturbide, por ejemplo, también. Pero no. No se trata de los buenos contra los malos del pasado; si se trata de los hechos y esos son definitivos en historia.
Pero, bueno, aquello ocurrió y al final después de confrontaciones internas, intereses, ambiciones, traiciones, imperios nacientes, con su ocaso inmediato y la creación de instituciones, de Constituciones, de instrumentos de gobierno propio, de guerras internas, de pobreza ingente y de pérdidas enormes de territorio, al final México consiguió serlo con todas las de la ley.
Somos mexicanos desde 1821 en lo formal, aunque lo somos antes aún, desde el momento mismo en que el ideal mexicano subyacía en las luchas por conseguir independencia. La Constitución de Apatzingán, de Morelos sancionada el 22 de octubre de 1814, por el Congreso de Chilpancingo dio señales de mexicanidad:
Entre otras ganancias, aquella Constitución determinó la igualdad de toda persona ante la ley; fin de la esclavitud, la división de tres poderes en ejecutivo, legislativo y judicial; la soberanía del pueblo mexicano para establecer su forma de gobierno… más. Ya se declara ahí al pueblo mexicano, lo mexicano y ser México como nación…
Con todo, su texto debe mucho a la española Constitución de Cádiz de 1812 y deriva de “Los sentimientos de la Nación”, del propio Morelos y para lo que contribuyó en mucho el oaxaqueño Carlos María de Bustamante. Y así.
El arranque mexicano no es, entonces, en 1821, es desde antes y sí, se consolida con la firma del acta de Independencia entre el último virrey español, el liberal Juan O’Donojú y el luego monárquico Agustín de Iturbide en representación mexicana.
Pero, bueno, lo de la celebración el 15 de septiembre es una herencia porfiriana. Y eso podría ser fatal en estos días de revisionismo histórico y negación selectiva del pasado. Porque según este criterio podría desaparecer la noche del Grito desde Palacio Nacional y palacios estatales y municipales, por mandato, toda vez que se lleva a cabo y se celebra ese día por haber sido el cumpleaños de Porfirio Díaz, y se decidió comenzar los fastos desde esa noche y en adelante.
Pero bueno, esta vez de nueva cuenta se celebrará el aniversario de aquel inicio de independencia. En plena Cuarta Transformación. Y se repetirá el ritual del Grito desde el Palacio Nacional, y los palacios de Gobierno y los municipales.
Pero la pandemia de salud está ahí, y por lo mismo, las prevenciones son muchas. Y son muchos los grandes problemas nacionales. Y uno no tiene más que reflexionar en el valor cierto de nuestra independencia nacional y qué sentido tiene ésta en momentos de crisis social, de polarización, de confrontación entre ‘los buenos y los malos’ como se ha inducido de un tiempo a esta parte.
Si, somos una Nación, un país, un Estado. Somos una población de 127 millones de mexicanos (En 1810 éramos 6.1 millones con más del doble del territorio actual). Somos una economía propia. Y somos, si, orgullosamente mexicanos: esto sin ninguna duda.
Pero también somos un país que con todo e independencia hoy está dividido y con convulsiones internas de enorme talante: la violencia extrema en casi todos los estados de la República…
El crimen organizado está en cada resquicio del país; la pobreza aumenta día a día, la pobreza extrema –del ni para hoy ni para mañana—es cada vez mayor; las fallas en los sistemas de salud son más que evidentes; la falta de confianza del exterior impide el crecimiento de inversiones necesarias…
Miles de mexicanos salen del país en busca de solución a su falta de oportunidades aquí y por su pobreza y la de su familia; la economía de la precariedad asola a las clases medias acusadas de traidora, la política nacional es el juego de Juan Pirulero… y tanto más.
La independencia no tiene que asociarse sólo con soberanía nacional e identidad y cultura propia.
También tiene que asociarse con las libertades individuales a salvo, con la libertad de expresión a salvo, con el acceso al trabajo y al reparto de la riqueza exactamente proporcional al resultado del trabajo, a la administración de nuestros bienes y su repartición, y a la decisión democrática de quién debe gobernarnos y quién no.
Tanto más que hace que la independencia mexicana adquiera valor en sí, como para sí. Eso es. Y entonces, cuando todo esté cumplido para todos, podremos dar felices ese Grito de Independencia en el que todos seamos, hoy, al mismo tiempo soberanos como generadores de soberanía, igualdad y libertad, derechos a salvo, sin impunidades ni corrupción… Con nuestro sombrero de charro y el espantasuegras feliz de: “¡Viva México… ca…!”