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Esta semana, varias perlas de la relación bilateral, nos han permitido imaginar o vislumbrar como será la vinculación -en los próximos años- entre México y su vecino al norte. Las entrevistas que han dado a la prensa republicana Donald Trump y J.D. Vance evidencian el poco conocimiento sobre la posibilidad de que el ejercito estadounidense pueda llevar a cabo operaciones militares para anular de manera operativa a los cárteles de la droga.

En sus intervenciones en la convención republicana y en entrevistas a la prensa Vance se ha mostrado increíblemente conservador y antimexicano: Condena la migración, el libre comercio y establece como eminente el papel del ejército para combatir a grupos delincuenciales en territorio nacional. El operativo para capturar en Texas a “El Mayo” Zambada muestra que por lo menos la burocracia de la Comunidad de Inteligencia y DEA no están blofeando y que la relación bilateral está en su nivel más bajo en décadas. No es descabellado que Trump que busque no renegociar el NAFTA. Como anillo al dedo: al obradorismo le estorban las instancias internacionales que pueden velar por los intereses de empresas transnacional que operan en México, pero ahora que se anulen las cortes, también serán instancias muy socorridas por empresas y nacionales mexicanos.

Pero ¿de dónde emana Vance?, ¿en qué cree y cómo ha evolucionado ideológicamente desde sus épocas de escritor, de abogado egresado de Yale y de vocero del hill-folk?

La designación de J.D. Vance como compañero de fórmula de Donald Trump le da relevancia nacional a un movimiento político que ha estado en proceso de gestión por décadas.  Vance se presenta ahora como promotor del “postliberalismo”.

Pero ¿qué es el postliberalismo? Como definición preliminar, el postliberalismo puede entenderse como una corriente política anglosajona que se opone al entramado institucional liberal que idearon los Padres Fundadores. Los postliberales esgrimen que es imperativo un orden político que priorice la familia y a las comunidades locales y le atribuyen al liberalismo de privar a las clases trabajadoras de sus derechos comunitarios como la vida familiar y la religión. Sostienen que la sociedad occidental se ha atomizado y por ello es necesario una prevaleciente interferencia estatal. Muchos postliberales son católicos, al igual que Vance. Por inverosímil que parezca el postliberalismo podría ser una segunda derivada del comunitarismo de Alasdair MacIntyre o de mi profe de la New School, Charles Taylor. El estatismo, proteccionismo y política identitaria no son posturas exclusivas de la progresía demócrata; ya también han sido adoptadas por el GOP: el partido de Ronald Reagan. 

La estrategia de dividir con base en prejuicios de clase, con la intención de generar un enemigo que sirva de amalgama discursiva y herramienta de cohesión política, es una estrategia electoral –como hemos constatado- exitosa. Trump y el discurso polarizante de su Make America Great Again surgen del mismo agravio imaginario que el obradarorismo. 

Contacto.- @Aechegaray1 (Twitter / X)

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